Con verdadero dolor asistimos a lo que podría ser en España un inicio de la destrucción paulatina del edificio de la democracia, construido modélicamente tras la guerra civil y la dictadura franquista que la sustituyó. El gobierno socialista de Zapatero, cual aprendiz de brujo, sembró los vientos de la rimbombantemente llamada "Memoria Histórica" que traen hoy estas tempestades.
Ya hay otra guerra, no civil ahora cívica, en la madre patria. Hoy comenzaron a aparecer manifestaciones dizque "contra la impunidad del franquismo", y de otra parte las de lema “Orgullosos de nuestra historia falangista”. Se produjeron en 25 ciudades de España las movilizaciones con el pretexto de protestar por el procesamiento del juez Garzón mientras en Madrid la Falange se echaba a la calle al grito de “Con nuestros caídos no se juega”.
La verdad es que impulsados por fantasmas del pasado estos vientos de tempestad están batiendo a instituciones como el Tribunal Supremo, garantes del estado de derecho. Si un juez calificado y el propio Tribunal Supremo encuentra razones para procesar con todas las garantías a un ciudadano cualquiera ¿Por qué buscar privilegios de inmunidad basados en la historia personal del imputado o, peor aún, intentando desviar la atención hacia afinidades ideológicas y secuelas de conflictos penosamente superados, para escamotear las causas reales del proceso judicial?
Garzón incurre presuntamente en tres delitos, y nada impide que demuestre su inocencia o lo errado de la interpretación legal que asume el juez instructor Varela. Las organizaciones y gobiernos extranjeros que se pronuncian difamando a la justicia española practican una injerencia inexcusable. La señora Pajín, secretaria general del partido de gobierno, alentando la alharaca se conduce irresponsablemente.
Blanco fundamental de la campaña revisionista se perfila la Ley de Amnistía, aprobada en 1977 para hacer viable la unidad de la España partida en dos que emergía de la República y del Franquismo. 33 años después se azuzan odios, y ajustes de cuentas por los que recibieron una sociedad democrática “de mansa paloma” sin haber sufrido las vicisitudes y complejidades extremas de su reconstrucción.
La clase política actual, al atizar la confrontación, ofrece el deprimente espectáculo de negar el legado de inteligencia, patriotismo, renunciación, y altura de miras de los políticos españoles de todas las tendencias que soportaron el delicado andamiaje de la transición.
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