Glosa a un artículo de El Nuevo Herald sabatino
Jugando con mapas |
Leí en la prensa del sábado
que desde el 2002,
cuando fue la última vez que se modificaron los territorios que abarcan los
distritos electorales en el sur de la Florida, el número de votantes ha crecido
enormemente. Ello a expensas principalmente de los hispanos no cubanos y registrados
mayormente como independientes. En conse- cuencia, la legislatura del Estado en Tallahassee, con
mayoría republicana, se ha dado a la tarea de vacunarse en salud.
El distrito 18 de
la republicana Ileana Ross-Lehtinen tenía una supremacía de 69 000 votos
republicanos y fue menguando a solo unos 745 votantes. El rediseño lo encoge drásticamente en tamaño, sin los Cayos y partes de Miami Beach, con lo
cual la proporción de votantes republicanos a demócratas se duplica.
En el distrito 21
de Mario Díaz Balart el margen superior de votantes republicanos a demócratas
que era de 29 000 en el 2002 disminuyó a 6 000 ahora en 2012. Aquí también un
diseño interesado recortó zonas universitarias, aumentó las rurales y en definitiva
consiguió unos 24 000 inscriptos republicanos por encima de los demócratas.
Llamativamente,
el tercero de los tres congresistas cubano-americanos no se vio tan favorecido
por sus correligionarios de Tallahassee. El nuevo mapa congresal da a David Rivera
un estrecho margen de 4 000 votos republicanos
y le sonaron los Cayos que le habían extirpado a Ileanita.
Con estos datos
que publican Mary Ellen Klas y Erika Bolstad, pienso que algo anda mal en nuestras leyes
electorales. Es un relajo que los distritos de registro de votantes se puedan modificar y
acomodar a determinados intereses políticos de acuerdo con cambios demográficos partidistas. Desde estas “minucias
criollas” hasta el reconocido y aceptado cabildeo en el congreso, con base en
las donaciones a las campañas electorales de sus candidatos, no hay duda que la
democracia está enferma. Luego no tiene que sorprendernos la apatía de los
votantes.
En mi opinión haría
falta actualizar la Constitución, unificar en Códigos el reguero de leyes y
enmiendas producidas inorgánicamente a través de más de dos siglos y establecer regulaciones adicionales que
contrarresten las “picardías” adquiridas por los políticos y sus adláteres.
El sistema
democrático que alcanzó su esplendor, al
menos como desiderátum, en el siglo pasado parece estar entrando en un período
de senilidad. Y es que con tantos años de práctica, los políticos han aprendido
a hacer, y hacen la trampa donde se hizo
la ley.
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