De
la pasividad de las mayorías sensatas y la enconada parcialidad de las minorías
bullangueras
Cuando la economía del país se hundía, el gobierno del PSOE se concentró en materializar la confrontación ideológica a través de leyes. Ley del aborto, de la memoria histórica, trámite del estatuto de Cataluña. Mientras la crisis global hacía presa de España con especial intensidad y Zapatero alucinaba viendo “brotes verdes” por doquier, la minoría bullanguera dejó maniobrar a aquel gobierno a su antojo durante casi tres años. Esa minoría tuvo que dar rienda suelta a su proclividad al alboroto de modo espontáneo, a través de acampadas en las plazas, sin demandas concretas. Una bulla gelatinosa, amorfa, que a la postre concitó el repudio de la ciudadanía.
Ahora con la derecha moderada en el poder, y descansando sobre ella la carga insoportable de un desastre heredado, los sindicatos y los comunistas vergonzantes de Izquierda Unida no han esperado ni cien días para organizar una campaña despiadada de boicot y descrédito a la reforma laboral que el gobierno ha diseñado, como una y solo una de las maneras por las que intenta coger al toro del desempleo rampante por los cuernos. El vigor y la energía juvenil desbocados se han hecho presente en seguida, violentando las calles en Valencia. El PSOE no ha dudado en capitalizar el incidente, procurando generar una crisis en el Ministerio del Interior.
En Chile, el país latinoamericano más desarrollado, le ha pasado de forma semejante al presidente Piñera. La izquierda no sabe hacer la oposición en el debate parlamentario y en las otras instancias democráticas, cuando pierden el poder. Desesperan por lanzarse a las calles a fomentar la indisciplina social y propiciar la ingobernabilidad cuando ellos no son gobierno. Para eso cualquier pretexto les sirve.
La derecha moderada y el centro están condenados a gobernar con ese hándicap. Las mayorías sensatas que sostienen las democracias no gustan del alboroto callejero donde se incorporan los violentos y marginados anti sistema. Ese tipo de gente siempre ha obtenido ganancias pescando en las calles, en el río que tanto les gusta revolver a la izquierda y a la ultraderecha.
Los estudiantes amenazan con "continuar quemando las calles de Valencia" |
El
capítulo más reciente de la regularidad a que me refiero se está dando en
España, y es muy ilustrativo. Durante el gobierno socialista de José Luis
Rodríguez Zapatero, en ese país el
desempleo se duplicó en un trienio. Como consecuencia de ello en las elecciones
de fines del año pasado el Partido Popular (PP), de centro derecha, barrió con
el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) al alcanzar la mayoría absoluta más
grande de su historia. Ello trajo como resultado que Mariano Rajoy es ahora el Presidente
del Gobierno y los socialistas fueron apartados de la presidencia de prácticamente
todas las comunidades autónomas y están a punto de perder Andalucía dentro de
un mes. De modo que la mayoría sensata, en la sosegada meditación de sus
hogares decidió darle el timón del estado a quienes fueran capaces de cambiar
un rumbo que los estaba llevando al precipicio. Así se manifestaron en las
urnas hace escasos tres meses.
Cuando la economía del país se hundía, el gobierno del PSOE se concentró en materializar la confrontación ideológica a través de leyes. Ley del aborto, de la memoria histórica, trámite del estatuto de Cataluña. Mientras la crisis global hacía presa de España con especial intensidad y Zapatero alucinaba viendo “brotes verdes” por doquier, la minoría bullanguera dejó maniobrar a aquel gobierno a su antojo durante casi tres años. Esa minoría tuvo que dar rienda suelta a su proclividad al alboroto de modo espontáneo, a través de acampadas en las plazas, sin demandas concretas. Una bulla gelatinosa, amorfa, que a la postre concitó el repudio de la ciudadanía.
Ahora con la derecha moderada en el poder, y descansando sobre ella la carga insoportable de un desastre heredado, los sindicatos y los comunistas vergonzantes de Izquierda Unida no han esperado ni cien días para organizar una campaña despiadada de boicot y descrédito a la reforma laboral que el gobierno ha diseñado, como una y solo una de las maneras por las que intenta coger al toro del desempleo rampante por los cuernos. El vigor y la energía juvenil desbocados se han hecho presente en seguida, violentando las calles en Valencia. El PSOE no ha dudado en capitalizar el incidente, procurando generar una crisis en el Ministerio del Interior.
En Chile, el país latinoamericano más desarrollado, le ha pasado de forma semejante al presidente Piñera. La izquierda no sabe hacer la oposición en el debate parlamentario y en las otras instancias democráticas, cuando pierden el poder. Desesperan por lanzarse a las calles a fomentar la indisciplina social y propiciar la ingobernabilidad cuando ellos no son gobierno. Para eso cualquier pretexto les sirve.
La derecha moderada y el centro están condenados a gobernar con ese hándicap. Las mayorías sensatas que sostienen las democracias no gustan del alboroto callejero donde se incorporan los violentos y marginados anti sistema. Ese tipo de gente siempre ha obtenido ganancias pescando en las calles, en el río que tanto les gusta revolver a la izquierda y a la ultraderecha.
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