La conciencia social puede definirse como el conocimiento que una persona tiene sobre el estado de los demás integrantes de la comunidad. Para el marxismo la conciencia social o conciencia de clase es la capacidad de un sujeto para reconocerse como miembro de una clase social que mantiene relaciones antagónicas con el resto de las clases. Después, los marxistas afirman que la conciencia social se manifiesta mediante la ideología, la religión, el arte, y la ciencia.
Si todavía existe espontáneamente en algunos núcleos de personas dentro de algunos países, y en otros pocos de modo artificial modelada por los poderes políticos, la altisonante conciencia social ha ido quedándose a un lado desplazada por la conciencia común.
La conciencia común (podría hallarse una mejor terminología) es para mí el fenómeno por el cual en la mayoría de las sociedades contemporáneas sus miembros de todos los niveles ocupan sus pensamientos y sus charlas, cada día en los mismos asuntos. Triviales o trascendentes. Da igual. No los escogen ellos. Lo mismo en Madrid, que en Teherán. En Miami o la Habana. En Japón o en Suecia. La gente discutirá en los cafés, centros de trabajo, parques, tranvía, metro o buses y los jóvenes intercambiarán mensajes y música de lo que divulguen los medios masivos.
Sin darnos cuenta nuestra individualidad va sucumbiendo a la omnipresencia de los medios. Titulares de diarios principales (La nación, New York Times, Granma, Nuevo Herald, El Mundo, etc, etc, etc.). Cadenas de televisión (CNN, SUR, FOX, Al Jazeera, RCTV –que en paz descanse- BBC, RTVE, etc. etc. etc.). En menor medida la radio y redes sociales de internet, estas últimas cuando reciben la resonancia en los diarios y la televisión, todos en conjunto son los que dictan la comidilla del día.
Vivimos con igual intensidad, aunque desde luego con diferentes matices, la tragedia del desastre en Puerto Príncipe que el chivo rudimentario en la palma de la mano izquierda de Sarah Palin. Las casuísticas imperfecciones de modelos de Toyota son amplificadas de modo que parecieran preocupar por igual al cubano que se cuelga de una guagua articulada, que al abogado mexicano que decide ahora adquirir un carro americano en vez de renovar su Toyota. Así las cosas, la conversación puede ser semejante en locaciones antípodas de nuestro planeta aunque las realidades del entorno, natural, social y político sean diametralmente opuestas. La conciencia común dictada, como quien no quiere la cosa, por los medios masivos. Corporaciones conectadas a nivel planetario que comparten finanzas, dividendos e intereses de todo tipo. Quizá eso sea parte del concepto de aldea global. Sí, sí. Mucho “globo”. Pero intelectualmente cada vez más aldeanos.
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