Hoy terroristas suicidas islámicos de la región del Cáucaso han detonado explosivos en el metro de Moscú y han muerto, en la carnicería habitual de estos actos, cerca de 40 víctimas, más inocentes que los santos inocentes. Los heridos completan una cifra total que excede la centena.
En la frontera norte de México a diario bandas de narcotraficantes, policías locales, soldados, policías federales y como siempre civiles tan inocentes como los santos y otros no tanto, se matan entre sí. En Colombia, las FARC y residuos de paramilitares solo encuentran como medio de mantenerse aleteando, los secuestros y las matanzas indiscriminadas. Palestinos e israelíes llevan décadas destrozándose mutuamente con obuses, precisos misiles modernos y todavía más precisos y efectivos misiles humanos que no andan tan rápido pero sí con trayectorias exactas. Los suicidas con cinturones asesinos, que se han convertido en las verdaderas armas inteligentes y que han perdido –vaya paradoja- la más elemental inteligencia humana. En España están los violentos de ETA que quieren imponer la separación del País Vasco a base de plomo en las nucas de las víctimas. Finalmente nos acecha el terrorismo universal de Al-Kaida, siempre planeando en grande, con ínfulas de transnacional de la tragedia lo mismo en New York, que en Madrid, que en Londres, con la cándida meta de limpiar de infieles y de nuestra civilización el planeta, y entregárselo -ya purificado- de regalo a Alá.
Las autoridades llamadas a resolver estos conflictos no la tienen fácil. No les queda otra que aislar y suprimir a los violentos. “Darles de baja” como dicen con eufemismo y humor negro los generales colombianos. No hay alternativa. Los rusos ni los españoles pueden acceder a desmembrar sus países por la imposición de la fuerza y el terror. Tampoco pueden los estados ceder sus territorios al imperio de las bandas de narcotraficantes ya sean profesionales puros de ese negocio, como en México, o fuerzas “robolucionarias” que han expandido sus ingresos añadiendo a la cocaína los secuestros, como en Colombia. En lo que a nuestra parte toca, es imposible dialogar siquiera con la transnacional Al-Kaida, empeñada en su cruzada para convertirnos a su atávica fe o borrarnos del planisferio. Solo en el caso del conflicto palestino-israelí es posible buscar una solución que permita la coexistencia en paz de dos estados soberanos. Por lo menos hay una meta para perseguir (por difícil que sea el camino… y ha demostrado serlo) que no existe en los otros casos de terrorismo.
Comparado con todo eso se me hace incomprensible cual es la dificultad de las autoridades cubanas para propiciarle una salida al ayunante Fariñas que en el hospital de Santa Clara camina una cuerda floja que la dama de la guadaña cercenará cuando menos lo esperemos. La licencia extrapenal para una veintena aproximada de presos en estado de salud depauperado, no pareciera un precio demasiado alto para finiquitar este episodio, que sin solución pudiera terminar en una segunda muerte evitable y no evitada, con su enorme carga de deterioro para la imagen del gobierno cubano ya crecientemente desvalorizada, aun en los ámbitos de la progresía zurda. El miedo a un precedente que trajera consigo ulteriores intentos de usar el mismo método con mayores alcances no se justifica. En lo relativamente limitado de la demanda del psicólogo y en -¿Por qué no decirlo?- lo razonable de su petición se disuelve la potencialidad de precedente peligroso para el poder establecido o la disciplina social. La debilidad siempre se acompaña de la inacción. Otro desenlace fatal que sobrevenga será fruto inequívoco de la intransigencia como principio y la intransigencia a ultranza, casi como dogma, nunca ha sido signo de fortaleza.
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