Tras la Segunda Guerra Mundial se fue moldeando, al contradictorio calor de la guerra fría, el mundo bipolar. Se caracterizó así ese período del siglo pasado en que dos superpotencias se disputaban el dominio político y económico del mundo. Efectivamente, el acontecer global estaba matizado, de un modo u otro, por una contradicción fundamental: URSS-EE UU. Hasta se definió una supuesta estética denominada "realismo socialista", y en el extremo opuesto se proclamó al más aséptico y no comprometido arte como el único valedero.
Sería innecesario recordar, por lo reciente, cómo desde el Chile de Allende y Pinochet hasta la Angola de Neto y Savimbi, pasando por todo el acontecer histórico de la mitad final del siglo pasado, el planeta se debatía bajo el influjo de los dos polos políticos de entonces. Quizá la revolución cubana, particularmente con el episodio de “la crisis de los cohetes”, fue el ejemplo más descarnado y descarado de la transposición de los intereses de las dos potencias hegemónicas a escenarios ajenos. Tras la caída de la URSS y sus satélites de Europa, del así llamado campo socialista, se presuponía que se impondría la unipolaridad para describir un mundo pretendidamente globalizado que danzaba, en gran medida, al compás de la batuta que porta el Tío Sam. Sin embargo, la realidad en que vivimos nos dice a gritos, a veces desgarradores, que persisten dos polos contradictorios con centros de poder no tan localizados como antaño, sino dislocados a la manera de una hidra con múltiples cabezas.
De un lado los marginados, las víctimas desesperadas de la desigualdad social y la corrupción, la juventud idealista e ingenua a la vez, los aventureros y la hez de la sociedad, son aglutinados por personas con una fuerte adicción al poder político, que devienen líderes de causas forjadas por una mezcla de ingredientes en la que no han de faltar justas reivindicaciones al lado de intereses de emporios del narcotráfico, de nacionalismos de corte fascista, de fanatismos religiosos, del simple placer destructivo o de energías juveniles mal canalizadas. Es factor común en ellas no ofrecer soluciones viables sino mucho populismo demagógico. Del otro lado, los intereses creados y sus detentores porfiando por retener la parte del león y mantener un status quo que los favorece en demasía.
Como resultado siguen existiendo dos bandos definidos. Si se trata de dictadores, cada bando condena al de la acera opuesta y defiende a los de su lado. Si fuéramos políticamente ambidextros podríamos reconocer con mayor justeza que los caudillos de ambos polos ideológicos negaron la libertad de sus pueblos y reprimieron con saña a sus opositores, acciones igualmente condenables sin que importe la causa que se pretendía defender. Si fuéramos capaces de batear intelectualmente a las dos manos, podríamos entender que unos países necesitan desesperadamente liberar las mentes y las manos de sus ciudadanos para que produzcan con la eficiencia y productividad que solo la retribución personal es capaz de aguijonear, sin tutelas probadamente incompetentes, mientras que otras naciones, por el contrario, necesitan urgentemente mayores regulaciones en sus economías y finanzas que impidan que las ambiciones desbocadas lleven al mundo cada tanto a las crisis económicas periódicas.
Al mismo tiempo se impone batear a la derecha o a la izquierda según las circunstancias y situaciones particulares de cada país en un momento dado y desechar la violencia para dirimir diferencias dentro de los países y entre países. Es imperativo corregir el rumbo en un sentido u otro en cada rincón del planeta y aislar a los violentos, como portadores que son de la peste de nuestro siglo. Aquello de "que navegamos en la misma barca" ha dejado de ser una imagen poética. Se hace imprescindible un mundo ambidextro.
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