Aparejo hecho con hilos, cuerdas o alambres trabados en forma de mallas, y dispuesto conve- nientemente para pescar, cazar, cercar, sujetar, etc. –dice en su primera acepción de “red” el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. En la décima acepción se refiere al conjunto de ordenadores o de equipos informáticos conectados entre sí que pueden intercambiar información. Ahora cobra fuerza por parte de algunos poderes la intención de sujetar a esta última red. En España ya se aprobó la llamada ley de economía sostenible, de dudosa aplicación debido a contradicciones jurídicas y posible inconstitucionalidad. En ella comisiones administrativas podrían resolver el cierre de páginas web. Recientemente la ministra de cultura española, se pronunció por la necesidad de proteger a los creadores de la piratería en internet. Al final de su intervención Edward Puncet, un brillante divulgador científico arremetió con símiles llamativos en contra de la tentación de apresar internet.
Los españoles han quedado cautivados por la réplica de Puncet y hay quienes se han movilizado para que él sea promovido a ministro de cultura. Yo que huyo de los extremos como de la muerte, de la que –por cierto- he escapado con éxito en tres ocasiones, considero que proteger la propiedad intelectual es una necesidad de estímulo a la creación a la que los estados no deben renunciar. Tampoco internet puede ser un ámbito de impunidad para delitos de estafa, suplantación de identidad u otras acciones de índole criminal. Nada de ello debe atentar a la libertad de información y de opinión y no tendría por qué.
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