miércoles, 12 de mayo de 2010
¿Existe Dios?
Santo Tomás de Aquino intentó responder con la lógica del silogismo. Siempre iniciaba con una premisa mayor para llegar, a través de premisas menores derivadas, a concluir en la existencia de Dios como necesidad. El esquema de arriba las resume.
El ente sensible, es decir nuestra conciencia, es el punto de partida aunque se le designa de distintas maneras en las “cinco vías”. Después la sucesión de causas, que no debe extenderse al infinito y por ello precisa de un Motor Inmóvil, una Causa Incausada, un Primer Necesario, un Primer y Máximo Ente, o un Supremo Director del Universo. Todos ellos englobados en el término Dios.
La pretensión de “demostrar” una afirmación que emana puramente de nuestra conciencia enmarcándola en los retruécanos de la lógica formal hoy parece pueril. Tan pueril como la negación del ateo militante. La dificultad reside en que no hay un punto confiable de donde asirse para elegir entre ambas puerilidades. Ni siquiera el pragmatismo nos permite una escogencia justa porque la historia de la humanidad registra tanto altruismo sin par como terribles desgracias asociados de una manera u otra al culto de los dioses.
De lo que no cabe duda es que el surgimiento de la conciencia viene indisolublemente unido al sentido de fin. Es difícil y además -¿Por qué no decirlo?- desesperanzador admitir que el universo, nuestro “bendecido” planeta, los seres vivos, plantas y animales que en él habitan y sobretodo nosotros mismos, nuestros antepasados, los hechos que nos ha tocado experimentar en nuestra época, el devenir que hemos aprendido de la historia universal, en dos palabras esa conciencia humana y la realidad que hemos conocido a través de ella carezcan de causa y finalidad. Esa causa y finalidad la proporcionaría la existencia de Dios. A ella me atengo.
Ese Dios es inescrutable. Pienso que las religiones que existen, en su afán de caracterizarlo con base en mitos y supersticiones, han desvirtuado en las mentes de creyentes y ateos la idea del ser supremo. Cada persona debería indagar en sí mismo cómo acercarse a ese Dios desconocido persiguiendo lo que sería inmanente a él. Es la única forma de ser consecuente con el libre albedrío, un principio imprescindible para la existencia de Dios como ser independiente de nosotros mismos. Dios es la respuesta a la finalidad de la existencia humana. Por eso mismo encontrarse con Él es un camino que debe recorrer cada quien a lo largo de su propia vida.
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