lunes, 13 de junio de 2011

¿Y cómo es Él? (II)

Continuación de las disquisiciones contenidas en la parte I del tema de igual título.

Habíamos quedado evocando el siguiente fragmento del apóstol José Martí, en el cual define e identifica el sentimiento religioso como componente esencial en el humano: 
Hay en el hombre un conocimiento íntimo, vago, pero constante e imponente, de UN GRAN SER CREADOR: Este conocimiento es el sentimiento religioso, y su forma, su expresión, la manera con que cada agrupación de hombres concibe este Dios y lo adora, es lo que se llama religión. Por eso, en lo antiguo, hubo tantas religiones como pueblos originales hubo; pero ni un solo pueblo dejó de sentir a Dios y tributarle culto. La religión está, pues, en la esencia de nuestra naturaleza. Aunque las formas varíen, el gran sentimiento de amor, de firme creencia y respeto, es siempre el mismo. Dios existe y se le adora.
  Después, Martí  valora altamente el cristianismo por las virtudes con que esa religión aventaja a otras, según él lo ve:
Entre las numerosas religiones, la de Cristo ha ocupado más tiempo que otra alguna de los pueblos y los siglos: esto se explica por la pureza de su doctrina moral, por el desprendimiento de sus evangelistas de los cinco primeros siglos, por la entereza de sus mártires, por la extraordinaria superioridad del nombre celestial que la fundó. Pero la razón primera está en la sencillez de su predicación que tanto contrastaba con las indignas argucias, nimios dioses y pueriles argumentos con que se entretenía la razón pagana de aquel tiempo, y a más de esto, en la pura severidad de su moral tan olvidada ya y tan necesaria para contener los indignos desenfrenos a que se habían entregado las pasiones en Roma y sus dominios.

Martí no ignoraba el beneficio práctico que aportaba en su época la religión a la convivencia social:
Todo pueblo necesita ser religioso. No sólo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo... Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice.

En este último aspecto las religiones se han  debilitado notablemente. Según lo vemos en nuestro derredor, en este siglo XXI creyentes y jerarcas de las distintas religiones se apartan en la práctica de sus vidas de los preceptos morales que dicen profesar. Ello sin gran esfuerzo ni cargo de conciencia. Es innegable que el temor a la justicia divina se ha atenuado considerablemente. Peor que esto, sobre todo religiones no cristianas son usadas como instrumento de control y autoridad abusiva para justificar el desprecio absoluto a la vida del prójimo y atentar contra ella de un  modo cruel y masivo.
De todo lo anterior, pareciera que Richard Bach, el autor que glosé en la primera parte, lleva razón cuando afirma que Él no repara en las tribulaciones, martirios o impiedades que los mortales ejercemos o sufrimos en el espacio tiempo. ¿Que cómo es El? Así parece que es Él. Hará falta volver sobre este asunto más adelante.

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