Con el despliegue mediático en torno a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Perú, muchos votantes se han pronunciado por el voto en blanco o el abstencionismo –que es lo mismo y es igual-. Sobre las conciencias de los indecisos pesa la hipótesis de los dos males, a cual peor, entre los cuales las circunstancias los ponen a elegir. Todo, ya se sabe, basado en conjeturas ante dos candidatos que nunca han gobernado.
Keiko, por ser la hija de Fujimori. Ollanta Humala por anunciar en esta segunda vuelta posturas difíciles de creer y claramente encaminadas, guiado por sus asesores, a desvanecer los justificados temores que suscitan sus hechos y sus palabras en el pasado reciente. No creo necesario recapitular un pasado de sobra conocido. Además, basta echar un vistazo al presente de los países del continente, cuyos mandatarios han prohijado al comandante Humala y de quienes procura ahora distanciarse ante la galería, en vísperas de la contienda electoral. De Keiko se siembran los temores con base en su apellido y los excesos autoritarios y de tolerancia aparente con la corrupción del gobierno de su padre.
Pero, el ciudadano no debiera escudarse en la supuesta peligrosidad de la escogencia para limpiarse las manos como Poncio Pilatos. En aquella ocasión el procurador romano de Judea dejó la decisión en manos ajenas, en su caso el populacho, lo que terminó con la crucifixión de Jesús Cristo. Cada votante peruano debe asumir su responsabilidad de acuerdo con sus propias convicciones y, si se quiere, sopesando sus temores relativos. El voto en blanco pudiera parecer la postura más cómoda y liviana, pero si fuera el Perú el que se viera en el futuro clavado en la cruz del autoritarismo populista y el consiguiente descalabro de su economía, aquellos que optaron por mirar hacia otro lado en el momento de la verdad llevarán en sus conciencias la pesada carga del arrepentimiento.
De contra: entrevista a Keiko
entrevista en CNN a Ollanta
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