lunes, 31 de octubre de 2011

¿Elecciones para qué? (I)

Perspectiva personal sobre el acto de votar y lo que le cuelga.
Ayer voté por mi propia voluntad, seleccionando con absoluta autonomía los candidatos de mi preferencia entre varios,  por primera vez en mi vida y a pocos días de alojarme en el cementerio. No os alarméis. Que yo sepa, por solo un año, ya que me refiero a que en esta   semana alcanzo la edad que representa cementerio en la charada cubana*. De modo que para el año próximo, Dios mediante, dejaré el cementerio para sumirme en un pozo, célebre en las alegorías del kamasutra cubano.
Que pierda mi virginidad electoral a tan provecta edad se debe a la tajante afirmación, en forma de pregunta retórica que hace 5 décadas pronunciara una persona que ostentaba, con oratoria persuasiva y mano dura,  la autoridad absoluta en el país donde nací en buena hora. A aquella hora de mi nacimiento gobernaba un presidente elegido democráticamente  en 1940, Fulgencio Batista, aunque 12 años más tarde asaltaría el poder, legitimando de cierta manera el uso y abuso de la violencia con la que se encumbró el déspota "ilustrado" del 59.
Naturalmente que yo antes ya había hecho acto de presencia en las escuelas habilitadas para votar,  en los comicios de mentiritas que se organizan en Cuba para designar a candidatos, que la maquinaria del partido único deja pasar y para posiciones irrelevantes de “delegados” de barrio. La principal función de estos delegados es dar la cara en asambleas de "rendición de cuentas", pero en realidad rendición de excusas, justificaciones, pretextos, bloqueo imperialista como totí,  y promesas de solución a plazo eterno.
Había que ir  a esas farsas aunque fuera a entregar la boleta en blanco porque desde las 6 de la mañana, y después a cada rato, tocaban a la puerta para urgirte a acudir a las urnas de la unanimidad, con la presión de  terminar antes que otras oficinas electorales y ganar la “emulación fraternal”. La verdad era que el absentista quedaba identificado y sujeto a la categoría oficiosa de “no integrado”. No tan oficiosa puesto que era manejada por los órganos del partido,  y la “integración al proceso”, por lo menos en apariencia, era requisito indispensable para prácticamente cualquier trabajo, incluido el de sepulturero, tan codiciado como todos los que conllevan propinas.
De modo que la virginidad electoral la perdí el viernes pasado,  porque cuando había derramado con anterioridad mi votó infértil  en la urnas revolucionarias,  lo hice contra mi libre voluntad. Aquello se puede considerar violaciones comiciales. El voto adelantado del otro día en la biblioteca de Hialeah fue en realidad mi debut consentido como elector genuino y libérrimo.

¿Que impresiones me dejó esa experiencia en la biblioteca de Hialeah? ¿Cual es mi respuesta a la pregunta que encabeza esta entrada? Pregunta que la pedagogía revolucionaria  impuso en los años 1960 y 1961  y que, ciertamente de otra forma, cobra nueva vigencia en los indignados y anti sistema contemporáneos que alborotan en las calles de decenas de países hoy en día.
Para qué elecciones, lo veremos en una segunda parte.
                                                                      
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  *CHARADA CUBANA  cementerio: 68
                                            pozo: 69

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